Siente la correa
Hay dos perros:
Bubu es el primero.
Camina junto a su amo, emocionado de salir con él. No le interesa nada más que su amo; siempre está atento a él. Si el amo gira por algún nuevo camino, Bubu no se tropieza, porque lo sigue con confianza. Llegan a algún lugar nuevo donde puede jugar y correr libre. Bubu no quiere irse, ni perseguir ardillas, ni discutir con otros perros. Siempre está atento a su amo, que nunca lo defrauda, pues siempre le da algún buen juego o alguna galleta. La pasan muy bien; Bubu confía en su amo y lo ama. Nada lo hace más feliz que saber que está con él.
El segundo es Coco.
Ama salir a pasear. Corre de un lado a otro, olfatea, se estira contra la correa. Todo le atrae. Una sombra, un ruido, ¡una ardilla! Quiere atraparlo todo. Quiere defender cada esquina. Siempre va jadeando, siempre va tirando. Se ahoga, pero no se detiene. Ama a su amo, llora cuando lo pierde de vista, lo necesita. Y aun así no entiende: ¿por qué no lo deja ser libre? ¿Por qué no lo suelta para perseguir gatos, para marcar su territorio?
Coco es un buen perro. Su amo lo ama, aunque a veces no obedezca. Él se esfuerza para que Coco aprenda a confiar en él, pero el perro todavía está aprendiendo. No sabe que su amo no quiere que se meta en problemas; no entiende que el mundo está lleno de cosas que están fuera de su perspectiva, más allá de su olfato, de los gatos y las ardillas. Coco no confía en que su amo le vaya a dar lo que necesita, porque casi nunca lo consigue. Y cuando se lo da —alguna libertad— se mete en problemas.
Bubu tampoco entiende nada del mundo que hay más allá de su nariz, pero confía en su amo y se deja guiar por él. Bubu no necesita comprender nada. Ya lo tiene todo.
Somos como Bubu o como Coco: miramos el mundo que percibimos con nuestros sentidos. Y todos hemos sentido la correa, cuando nos jala y nos aprieta el cuello. La sentimos, sobre todo, cuando nuestros más tercos caprichos avanzan como un tractor, rompiendo cosas a su paso; luchamos y luchamos, pero cuando obtenemos lo que queremos, ya hay algo nuevo que llama nuestra atención. También la sentimos cuando el miedo no nos deja avanzar, pero la correa nos jala hacia lo inevitable.
¡Siente la correa!
El que tira de nuestra correa sabe más; tal vez lo sabe todo. Sabe cómo llegar. Sabe adónde. Sabe lo que es importante. Sabe lo que necesitamos.
“Los deseos del hombre son los chistes de Dios. Los llamados del corazón son sus órdenes.”