De lo que somos parte
Amamos todo aquello de lo que nos sentimos ser parte. Participar, pertenecer, ser útiles en un ecosistema que nos necesita tanto como nosotros a él. Esa sensación de contribuir, de sabernos necesarios, es una necesidad profunda del alma humana.
Satisfacer esta necesidad nos pide conocernos unos a otros. Porque es en el encuentro con los demás donde descubrimos nuestras propias fortalezas y dones, ya que ninguno de ellos puede manifestarse ni crecer en el vacío. Solo en comunidad podemos ponerlos al servicio de algo más grande que nosotros mismos.
La energía y el amor que ponemos a nuestro trabajo es la verdadera razón por la que otros se sienten atraídos a él. Por eso, hacer cosas que amamos y ponerlas al servicio de los demás es clave para encontrar sentido y propósito en nuestras vidas.
Así, nuestra individualidad se ve fortalecida por el colectivo. Cuanta más conexión y participación hay en una comunidad, mayores son las posibilidades de que sus miembros crezcan y se desarrollen en ámbitos acordes a las cualidades de cada persona. Y de esa manera, cada individuo puede sentirse pleno, feliz y con propósito.
Pero cuando olvidamos esa conexión, cuando dejamos de mirarnos y participar, la desconexión comienza a crecer. Nuestras necesidades se multiplican, nuestros gastos aumentan, y como individuos empezamos a sentirnos limitados, impotentes, con miedo, controlados, aislados, en cautiverio.
Si las personas no conocen a sus vecinos es probable que tampoco conozcan a sus gobernantes, y viceversa. Por eso una comunidad que no está activa ni en contacto suele ser gobernada por alguien a quien no conoce y que no conoce a su gente, ni sabe lo que realmente necesitan. Consecuentemente, los ve como a una masa a la que llama colectivo. Esa masa no tiene ideas propias, ni está viva; no tiene un centro, ni un solo corazón. Y lo único que se puede hacer por ella es mantenerla bajo control.
Por esta razón, velar por una comunidad activa y en contacto debería estar entre las prioridades de cada individuo y de cada gobierno. Porque solo somos comunidad si cuidamos unos de otros, si nos sentimos parte de ella, y si ella puede sentirnos siéndolo.
Como individuos, los problemas del mundo pueden parecer demasiado abrumadores. Pero cuidar y ser parte de nuestra comunidad es algo que todos podemos hacer.
El amor que ponemos en ella es la nutrición de una civilización que florece y luego da frutos que regresan a nosotros mismos, multiplicados.
Si queremos un mejor futuro para nuestros hijos, si queremos un mejor futuro para nosotros, tenemos que también querer un mejor futuro para todos.